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Hacerse la vida más fácil: los beneficios del mininalismo emocional

Puede que durante mucho tiempo hayamos asumido como mantra de vida aquello de ‘nadie dijo que fuera fácil’, pensando que en la dificultad, el reto constante y el sobreesfuerzo estaba la clave del éxito (e, incluso, de la felicidad). Pero las cosas están cambiando y el minimalismo parece el nuevo camino hacia ese bienestar con el que nos obsesionamos en teoría –por aquello de la ‘cultura del bienestar’–, pero que no siempre termina de llegar de verdad. No es casualidad que en una sociedad sobrecargada de información, hiperestimulada y acelerada cerebralmente (tenemos unos 60.000 pensamientos al día y la mayoría repetitivos y negativos, sugieren los expertos), crezcan las teorías –y el interés– por el minimalismo en todas sus versiones. Se imponen las reglas (de pocos segundos, por favor) para aligerar el día a día en casa y mantener el orden; los libros que abogan por la importancia de los pequeños cambios –el título Hábitos atómicos: cambios pequeños, éxitos extraordinarios (Editorial Diana) de James Clear fue superventas el verano pasado–; y las series que teorizan sobre el minimalismo como estilo de vida (en el documental The Minimalists: Less is Now, de Netflix, Joshua Fields y Ryan Nicodecums, autores del blog del mismo nombre, intentan convencer en 53 minutos de que se puede vivir con menos). Todo sucede por algo. Precisamente la coach Anna Fargas habla largo y tendido de ello en el libro Minimalismo emocional (Ediciones Luciérnaga), una especie de manual para aligerar la mente. “Se trata de identificar y eliminar las cargas emocionales innecesarias que acumulamos. Estas cargas, que en mi libro llamo ‘piedras’, incluyen creencias limitantes, pensamientos negativos, hábitos tóxicos y emociones aflictivas. El objetivo es simplificar nuestra vida emocional, permitiéndonos enfocarnos en lo que realmente importa. Al reducir el exceso de emociones, promovemos una mayor paz interior y claridad mental, lo que nos lleva a una satisfacción más profunda en nuestras vidas diarias”, explica Fargas.

La importancia de soltar lastre

La psicóloga Brígida H. Madsen establece una analogía muy visual sobre los beneficios que tiene soltar lastre. “Es algo parecido a entrar a un salón sobrecargado de cosas y empezar a quitar de tu vista todo aquello que es inútil, que te satura o da trabajo para lograr un ambiente despejado y sentir paz”. Ese complicarse la vida sin necesidad responde, en cierta medida, “a un deseo de querer tener el control y conocer de antemano aquello que nos puede ocurrir. Queremos tener respuesta para todo y obtener resultados inmediatos para sentir que tenemos certeza en nuestras decisiones”, añade. La psicóloga Bárbara Tovar define esta corriente como “una actitud vital que uno adopta de forma consciente para simplificar el ruido interno que nos generan ciertos procesos psicológicos. La exigencia, el perfeccionismo, el estrés… todo esto atenta contra el minimalismo emocional que representa lo contrario, es decir, cultivar la sencillez de pensamientos, la calma, aprender a estar presente y adoptar una actitud detox que permita descargar nuestro interior de ruido externo e interno y encontrar un equilibrio centrado en las pequeñas cosas del día para tener una vida plena. Hay procesos como la ansiedad anticipatoria que nos restan energía y atentan contra ese minimalismo que defiende ir poco a poco y cruzar cada puente en su momento, sin tratar de rellenar cualquier espacio libre que tenga nuestra mente”, apunta. Hasta ahí la teoría, porque conseguir parar el cerebro y los deseos de control ante la incertidumbre no parece fácil (paradójicamente, sobre todo si tenemos en cuenta el titular de este artículo). Para Tovar se trata de “aprender a proteger espacios en el día para estar en calma, en el momento presente, y no siempre en la tesitura de solucionar o anticipar. Al final consumes energía de un espacio que debería estar destinado a cargar pilas”, puntualiza. Y hace referencia, incluso, a esa necesidad de “agendar espacios en el día para decidir, es decir, dedicar un tiempo de calidad para pensar en aquello que preocupa y evitar que esos pensamientos sean un goteo constante”.

Redes sociales y deseo de perfeccionismo insano

En una era en la que las redes sociales forman parte (importante) de nuestra vida, esa tendencia hacia el perfeccionismo se ha multiplicado exponencialmente por el hecho de querer hacerlo todo bonito. Y contarlo (stories o foto mediante). “Es importante liberarnos del ‘síndrome de Instagram’ o, lo que es lo mismo, pretender que todo sea perfecto. Por ejemplo, a la hora de invitar amigos a casa nos complicamos en exceso y muchas veces dejamos de hacerlo porque nos dejamos llevar por ese nivel de exigencia que nos consume muchísimo tiempo y nos impide disfrutar de lo verdaderamente importante”, reflexiona H. Madsen. Y todo ello tiene relación con la posibilidad de elegir no ser perfecto. “Es muy importante descartar el perfeccionismo como forma de vida y tener una exigencia más sana, aprender a cuidarnos, a descansar, a poner líneas rojas, a darnos el tiempo que necesitamos. Nos metemos en una rueda complicada pensando que así tenemos un sentimiento de valía o de existencia. Pero tenemos la necesidad de encontrar ese equilibrio entre motivarnos en la consecución de logros y respetar el descanso y ser más compasivos con nosotros mismos”, añade Tovar.


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