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Sabemos por el propio García Márquez que la farmacia de su infancia en Aracataca despedía un aroma a valeriana, un olor habitual en las estanterías abarrotadas con los frascos y recipientes farmacológicos de la época. Las sustancias balsámicas que solían usarse derramaban fragancias a yodoformo, creosota, sahumerios, hierbas y otros productos curativos. “Las ficciones de Gabriel García Márquez están bien impregnadas del olor balsámico de los viejos remedios de botica”, escribe el médico y antropólogo forense Juan Valentín Fernández de la Gala (1961), que ha identificado esos olores en su rastreo sobre los pormenores y personajes médicos en la obra del escritor colombiano. En el libro Los médicos de Macondo, que lanzará en julio la Fundación Gabo en el festival del mismo nombre, sostiene una idea que lo llevó a una investigación de más de seiscientas páginas: “Macondo no solo comenzó en una farmacia –la vieja Farmacia Barbosa de Aracataca– sino que contiene una gran farmacia en su seno”.

De la Gala era un estudiante de medicina de la Universidad de Sevilla que asistía a clases por las mañanas y en sus ratos libres leía literatura. Su pueblo natal, Campillo de Llerena, Badajoz, es para él una especie de Macondo de menos de 2.000 habitantes localizado en la Extremadura profunda. A García Márquez llegó por los cuentos de Los funerales de la Mamá Grande y La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada. Influido por sus estudios, empezó a detectar escenas y fragmentos clínicos descritos con especial precisión en las novelas del autor de La hojarasca, que además parecía corresponderle su interés introduciendo personajes médicos en sus páginas. “Cuando eso sucedía, como buen estudiante metódico, ponía una pequeña señal en el margen, un signo de admiración, una interrogación o un subrayado”, dice el autor, entrevistado en Cartagena de Indias, a donde viajó en abril pasado por una serie de eventos conmemorativos por los diez años del fallecimiento del Nobel. Con el tiempo, sus anotaciones se extendieron y convirtieron en una tesis doctoral que lo mantuvo siete años entreverando conocimientos clínicos y literarios.

Un par de páginas del libro presentan un diagrama de la autopsia de Santiago Nasar.
Un par de páginas del libro presentan un diagrama de la autopsia de Santiago Nasar.Fundación Gabo

En las obras de García Márquez “desfilan igualmente dentistas, farmaceutas, enfermeros, comadronas, sanadores indígenas, sobanderos, teguas, curanderos, merolicos, blacamanes y culebreros nómadas”, como se lee en la sinopsis del libro hecho en alianza con Coosalud y Fundación Coontigo. El origen del olor a almendras amargas en El amor en los tiempos del cólera –una consecuencia del suicidio por intoxicación de cianuro del personaje Jeremiah de Saint Amour–, la prueba de diabetes en El coronel no tiene quien le escriba, los signos del ahorcado en La hojarasca, la autopsia de Santiago Nasar en Crónica de una muerte anunciada, los menjurjes y bebedizos de Úrsula Iguarán en Cien años de soledad, la historia clínica recogida sobre Simón Bolívar en El general en su laberinto, así como hallazgos forenses, procedimientos médicos, pestes de cólera o insomnio, remedios caseros de raíz indígena o productos de la medicina europea sobresalen en este estudio novedoso por su amenidad y exhaustividad.

Un retrato del Dr. Barbosa en el que se basó García Márquez para el médico de 'La hojarasca'.
Un retrato del Dr. Barbosa en el que se basó García Márquez para el médico de 'La hojarasca'.Fundación Gabo

La relación de García Márquez con la medicina –o, más ampliamente, con los saberes humanos y la porosidad entre los distintos campos– es más que evidente para muchos lectores (otros autores se han detenido en aspectos astronómicos, psiquiátricos, geográficos, etcétera). Y como es sabido, en los estudios literarios nunca han faltado análisis de su obra de carácter académico o especializado, dirigidos por lo general al lector universitario. Lo que propone De la Gala, como antropólogo forense cuyas actividades se han centrado en el estudio de restos óseos de sepulturas antiguas, es ir a la fuente –o una de las tantas–, tocando las puertas de las personas y pisando algunos lugares detrás de los personajes y las ficciones, en una labor de cronista y de historiador (De la Gala también ha sido profesor de historia de la medicina y la enfermería), de ensayista y lector detective.

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El resultado, en una prosa más clara que clínica, es un texto que incluye varios retratos de médicos reales, como el mencionado Barbosa –sostén del médico de La hojarasca–, el Mohabbed Tebbal detrás del Octavio Giraldo, de El coronel no tiene quien le escriba, o los médicos encargados de cuidar la salud y la agonía de Bolívar. Hay partes inesperadas como el glosario de arcaísmos, indigenismos y americanismos biomédicos, y un capítulo –de los catorce del libro– dedicado a los aforismos médicos relacionados con la fisiología, la enfermedad, el amor, la actividad médica, la escatología, la vejez y la muerte, extraídos de las novelas.

Si Vladimir Nabokov dibujaba las formas del insecto en que amanece convertido Gregor Samsa o se preocupaba por el aspecto arquitectónico de la estación de tren de San Petersburgo creada por Tolstoi para ver a profundidad lo que sus autores decían, De la Gala hace el ‘levantamiento’ del cadáver de Santiago Nasar para apreciar por segunda vez las cuchilladas y las heridas de los cortes mortales. El libro incluye dibujos ilustrativos con una perspectiva ventral y dorsal del cuerpo, las lesiones viscerales y el mapa hipotético de las livideces al lado del relato médico y narrativo, e ilustraciones de las armas homicidas reproducidas por el cordobés Jesús Zurita.

El libro 'Los médicos de Macondo' (Ed. Fundación Gabo, 2024).
El libro 'Los médicos de Macondo' (Ed. Fundación Gabo, 2024).Fundación Gabo

“En la historia de la literatura no hay ningún informe de autopsia incluido”, como en Crónica de una muerte anunciada, afirma De la Gala, que durante tres años fue forense en la sierra norte de la provincia de Huelva. En ese libro “lo llamativo es que el orden en el que se presenta la información es el orden canónico en una autopsia”, añade, días después de dar una conferencia inaugural en un congreso internacional de medicina en Barranquilla. En este evento entretuvo a un auditorio repleto de médicos reumatólogos con las imágenes de la autopsia de Nasar y una historia clínica de García Márquez –incluida en el índice del libro– en la que le preguntan si tiene alguna molestia o dolor. El paciente escritor responde: “Molestia sí, el dolor será después”.

En las imágenes difundidas recientemente de la adaptación de Netflix de Cien años de soledad, se observa una secuencia en un local con los estantes llenos de frascos farmacológicos, y en primer plano un caduceo de cobre al que podríamos agregar el granatario, el juramento hipocrático y otros elementos de la farmacopea garciamarquiana. El lector de este libro puede transitar por esa misma ruta en una edición de lujo acompañada de numerosos gráficos, inéditas fotos de archivo e imágenes exclusivas del fotógrafo Danilo Perdomo, tomadas en la antigua Farmacia Nueva Arturo Cerón F., construida en estilo republicano a inicios del siglo XX en Honda, Tolima.

“Estamos celebrando en definitiva el rigor periodístico de Gabo, porque sabía, como buen periodista, ir a la documentación o al profesional para que le asesorase en este tipo de cuestiones”, dice De la Gala. Sus sospechas estudiantiles de que detrás de los textos de García Márquez había consultas de novelista reportero fueron ciertas: ginecólogos, pediatras, médicos forenses o generalistas recibían llamadas del escritor a cualquier hora para resolver o guiar sus argumentos. ¿Intuición de médico? Puede ser. Pues fue el doctor Barbosa de la farmacia esquinera de Aracataca, enfrente de la actual Casa Museo Gabriel García Márquez, quien le dijo a la familia del escritor, exasperada ante sus invenciones de niño fabulador: “Las mentiras de los niños son señales de un gran talento”.

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