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“Heme acostado todo el rostro hinchado de un corrimiento, y así suplico a Vuestra Excelencia no se tenga por deservido de que solo ahora vaya la respuesta de este, por ser forzosa; que otras irán mañana después de la sangría que me mandan hacer”, escribe Lope Félix de Vega Carpio (1562-1635) en la primavera de 1611 a su mecenas, Luis Fernández de Córdoba, sexto duque de Sessa. La carta figura en el excelente catálogo de la exposición …

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“Heme acostado todo el rostro hinchado de un corrimiento, y así suplico a Vuestra Excelencia no se tenga por deservido de que solo ahora vaya la respuesta de este, por ser forzosa; que otras irán mañana después de la sangría que me mandan hacer”, escribe Lope Félix de Vega Carpio (1562-1635) en la primavera de 1611 a su mecenas, Luis Fernández de Córdoba, sexto duque de Sessa. La carta figura en el excelente catálogo de la exposición La botica de Lope, abierta en la casa-museo madrileña del gran dramaturgo hasta el 29 de septiembre, en la que se pasa revista a la salud y la enfermedad en el Renacimiento a través de su obra y de los remedios e instrumentos de las boticas de la época.

La sangría a la que alude Lope en su carta ―recogida en el Epistolario de Lope de Vega y Carpio, de Agustín G. de Amezúa― era uno de los remedios habituales en el Siglo de Oro para numerosos males, a los que alude el gran dramaturgo no solo en su correspondencia privada, sino en su ingente obra literaria. Sus personajes se refieren a enfermedades y remedios; hablan de los boticarios y sus alquimias, de cirujanos-barberos y médicos, y de ungüentos, piedras más o menos milagrosas y preparados de compleja elaboración. “La idea de la muestra surgió conjuntamente de la Casa de Lope y del Museo de la Farmacia Hispana”, explica Antonio González Bueno, director de dicho museo y comisario de la misma junto a Alejandra Gómez Martín (conservadora de esa institución). “Y no porque Lope sea el único autor del Siglo de Oro que se refiere en su obra a estos temas”, puntualiza, “aunque sí es el que más los menciona al ser tan prolífico”. La exposición ,añade, “tiene interés además porque pone de manifiesto que la profesión de boticario era bien conocida por la sociedad de la época”. Organizada por la Comunidad de Madrid, también han colaborado en ella la Colección Histórica de Drogas de la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid, la Biblioteca Nacional de España y el Museo Lázaro Galdiano.

Libro mostrado en la exposición "La Botica de Lope".Jaime Villanueva

En la muestra se reproducen citas de las obras de Lope a propósito de los diversos remedios, junto a las explicaciones técnicas del boticario Jerónimo de la Fuente Izcala, coetáneo y amigo, y autor de un tratado sobre los fármacos del momento, El Tyrocinio pharmacopeo, publicado en 1660. Los retratos de ambos, junto a ejemplares de algunos de sus libros, abren una exposición en la que dialogan el oficio de escritor y el de boticario a partir de un instrumento de doble uso, como un viejo escritorio reconvertido en farmacia de viaje. En la planta baja de la Casa de Lope se exhiben cajas de madera policromada destinadas a los medicamentes, albarelos, sangraderas, redomas, un alambique con caldero receptor, y varios remedios propiamente dichos, como las llamadas píldoras perpetuas, y algún ejemplo de piedra bezoar. A estas últimas, “cálculos del aparato digestivo o de las vías urinarias de rumiantes, que se utilizaban como contravenenos” y a las que se les atribuyeron innumerables virtudes, según se indica en la muestra, se refiere Lope en su obra El bautismo del príncipe de Marruecos: Almanzor: “Piedra bezoar, / que hemos pedido a don Diego, / Jacinto, coral y oro, / que así tomado, potable, / hará eterno y perdurable / tu nombre africano y moro”.

Dos asistentes observan un expositor en la Casa de Lope de Vega, Madrid.Jaime Villanueva

Lo cierto, cuenta González Bueno, “es que hay evidencia empírica de que muchos de los fármacos de la época funcionaban y su uso se ha mantenido mucho tiempo. La triaca, por ejemplo, se ha usado hasta el siglo XIX”. Se trata de un preparado compuesto por diversos ingredientes, hasta 60, entre los que se incluían el opio y la carne de víbora. La carne de esta serpiente se preparaba en polvos pero también, tal y como se explica en la muestra, “se comía pan con caldo viperino”. Lope se hace eco de su uso en el acto segundo de La venganza venturosa. Cierta cualidad mágica se atribuía también a la pezuña de alce, conocida como “uña de la gran bestia”, que Lope menciona en El acero de Madrid:

Prudencio: Quítatela, niña, apriesa [una sortija]

Belisa: ¿Qué hay tanta virtud en ella?

Octavio: ¿Es uña de la gran bestia, / señor doctor?

Beltrán: No, Señor / que otra halláramos mayor, /sin dar buscarla molestia. / Esta es de cierto animal / que a las mujeres adora, / y esta es la causa que ahora / resulta en efecto igual”.’

Diferentes objetos de la exposición "La Botica de Lope".Jaime Villanueva

Para hacernos una idea de las vicisitudes sanitarias de la época no tan alejadas de la nuestra, sirva de muestra la carta que envía Lope, de nuevo al duque de Sessa, el 17 de septiembre de 1611: “Las tercianas se han mudado en catarros; las damas tosen; los galanes se suenan; hoy en las vísperas de la fiesta de los alguaciles había tanto ruido, que descomponían la música…”. El escritor no habla solo de sus dolencias, sino de los padecimientos de su segunda esposa, Juana de Guardo, o de la enfermedad de Marta de Nevares, último amor de su vida, fallecida en 1631. Juana de Guardo y su hijo Carlos Félix, uno de los más queridos por Lope, morirán, la primera de sobreparto, en 1613, y el niño, con solo siete años, en 1612.

En la obra del autor de La Dorotea se menciona profusamente la melancolía, una de las enfermedades de la época. Menos literarios eran los problemas dentales que le obligaron a requerir más de una vez los servicios del barbero-cirujano. Su muerte, por un fallo cardiaco, pudo tener como causa una infección bucal.

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