La era de la inteligencia artificial ha llegado con promesas de cambio y progreso en casi todos los aspectos de nuestra vida. En el ámbito de la medicina, esta tecnología promete revolucionar la forma en que diagnosticamos, tratamos y entendemos las enfermedades. Sin embargo, con este avance tecnológico surge un dilema significativo: ¿podrá la IA reemplazar el arte humano en la medicina? Más aún, la incertidumbre es tan grande que algunos incluso llegan a asignarles a estas herramientas tecnológicas comportamientos humanos. Por ejemplo, la ética de la IA en medicina es un tema de creciente debate en ámbitos médicos y tecnológicos. Nos olvidamos de que las máquinas no tienen ética, sino «ática», es decir, no se rigen por principios éticos sino matemáticos. Los que debemos regirnos con principios éticos somos aquellos humanos que nos dedicamos a diseñar y desarrollar estos sistemas, y aquellos que los utilizarán.
A modo de recordatorio, los cuatro principios fundamentales de la ética médica son la no maleficencia, la beneficencia, la justicia y la autonomía. La no maleficencia exige que los médicos no causen daño a los pacientes. La beneficencia implica la obligación de los profesionales de la salud de actuar siempre en el mejor interés del paciente. La justicia requiere que se trate a todos los pacientes por igual. Por último, la autonomía se refiere al respeto por la capacidad del paciente para tomar decisiones informadas sobre su atención médica. Recientemente, la Organización Mundial de la Salud (OMS) amplió estos principios éticos, adaptándolos a desarrolladores de herramientas de IA, provengan o no del ámbito de la salud. Uno de ellos es el de autonomía humana, que establece que los humanos deben mantener el control de las decisiones médicas. Esto no es una reacción corporativa contra las nuevas tecnologías. Este principio está basado en el hecho de que la piedra fundamental del obrar médico es el acto médico, relación entre dos personas, una que deposita toda su confianza en otra que debe aplicar el conocimiento médico adquirido en tiempo y forma, es decir, sabiamente, para el bienestar y satisfacción de esa confianza.
Debemos, pues, sostener con firmeza que la IA debe ser una herramienta que complemente la inteligencia y empatía humanas. El método hipocrático, vigente desde hace más de dos milenios, nos enseña que el diagnóstico y el tratamiento de enfermedades van más allá de la simple observación de síntomas; requieren una comprensión integral del paciente como individuo. Este enfoque holístico, que combina conocimiento, sabiduría y un «sexto sentido médico», es algo que la IA, por muy avanzada que sea, no puede reemplazar.
El concepto de «inteligencia aumentada» refleja mejor el papel que la IA debería desempeñar en la medicina
La inteligencia artificial, con su capacidad para procesar y analizar grandes volúmenes de datos a una velocidad y precisión inhumanas, ofrece, indudablemente, beneficios sin precedentes. Sin embargo, estos avances no deben llevarnos a una dependencia tecnológica que menoscabe el valor del juicio médico y la interacción humana. La tecnología debe usarse para ampliar nuestras capacidades, no para reemplazar el juicio clínico ni la empatía que define la práctica médica.
El concepto de «inteligencia aumentada» refleja mejor el papel que la IA debería desempeñar en la medicina: una que mejore, y no sustituya, la inteligencia humana. El futuro de la medicina no reside en elegir entre la inteligencia humana y la artificial, sino en la integración armoniosa de ambas. De esta manera, podemos conservar y potenciar el «arte de la medicina», asegurando que los avances tecnológicos mejoren la calidad de la atención, sin perder de vista la importancia de la conexión humana. Al hacerlo, podemos preservar el legado del método hipocrático, manteniendo la medicina como una ciencia fundada en la comprensión compasiva y detallada de cada paciente. La IA puede ser una aliada invaluable en este esfuerzo, pero nunca un sustituto de la sagacidad y calidez humanas.
Carlos María Galmarini es fundador y CEO de Topazium.