Silvia Crespo espera a que haya “mares fondas” y solo entonces sale a faenar. Cuando las aguas del Atlántico se repliegan y dejan el lecho marino desnudo y descubierto, esta mujer de 53 años coge su fouce y su capacho y se adentra en la costa de A Guardia, en la frontera entre Galicia y Portugal. Tiene unas pocas horas para extraer el erizo, antes de que la mar vuelva a reclamar su terreno. “Con el percebe te arriesgas un poco más porque estás donde rompen las olas, y aquí bueno, igual te metes en zonas de puertitos, más abrigadas”, explica en conversación telefónica. La extracción del erizo, como la del percebe, es una tarea muy feminizada y artesanal. “La gente no le daba mucho valor porque, claro, es dura”, confiesa. Crespo se adentra en calas, se mete en el agua hasta la cintura, busca los erizos entre las grietas de la roca. Los tantea en la bajamar. Pero en los próximos meses, la inclusión de robots teledirigidos y de herramientas de inteligencia artificial podría cambiar su rutina y la de todas sus compañeras.
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